domingo, 6 de julio de 2014

Honor. Tradición. Disciplina. Excelencia

“Comprender la poesía, por el profesor J. Evans Pritchard, doctor en letras: Para comprender la poesía en primer lugar hay que familiarizarse con la métrica, el ritmo y las figuras estilísticas. A continuación hay que hacerse dos preguntas. En primer lugar: ¿el tema del poema está tratado con arte? En segundo lugar: ¿cuál es la importancia y el interés de este tema? La primera pregunta atañe a la perfección formal del poema; la segunda, a su interés. Cuando se hayan contestado estas dos preguntas, resultará relativamente fácil determinar la calidad global del poema. Si se anota la perfección del poema en la línea horizontal de un gráfico y su importancia en la vertical, el área conseguida de esta manera por el poema nos da la medida de su valor".

Esta perla es de la novela “El club de los poetas muertos” (Kleinbaum, N.H.) llevada al cine el año 1989 por el director Peter Weir. En este enlace se puede encontrar buena información sobre la película y temas educativos relacionados con ella; también en este otro.

Un internado de chicos en edad bachiller. El comienzo de curso. Unos padres y madres que acompañan a sus hijos al acto de apertura del nuevo curso, a la ceremonia inaugural, todo solemnidad y seriedad. Unos padres que desean a sus hijos lo mejor en la vida, que aprovechen el maravilloso curso docente que a algunos les cuesta tanto permitirse (como ellos seguramente no pudieron tenerlo, algunos hijos no viven su vida sino la que querría haber vivido su padre). Unas madres que apenas se ven entre tanto hombre, y que cuando se ven tienen su papel muy bien asignado; no hablan más que para asentir a lo que dice el padre, posan de florecita callada y preocupada, o le dan al hijo tímidamente la ternurita que no le da el padre al despedirse… Ya sabemos, eso de las emociones es una soberana chorrada, las personas no las necesitamos para nada, son un estorbo para conseguir nuestras metas… y los hombres no se las pueden permitir. Y más en colegios como ese cuyo lema es la fantasía de toda persona que quiera alcanzar un rincón a los pies de Nuestro Señor Todopoderoso: Honor, Tradición, Disciplina, Excelencia. Amén...


¿Qué dicen? ¿Que no hay colegios como ese? ¿Que la educación ya no es así? ¿Han mirado bien a su alrededor? Sí, la superficie tiene otros colores, pero el fondo sigue siendo cadavéricamente plomizo...


Un profesor sonriente y de aire calmado y sencillo en un internado lleno de varas encorbatadas que mueven sus músculos al ritmo de jerarquías y paripés estereotipados: palmetazos en la espalda, órdenes y amenazas, muecas que intentan ser sonrisas pero no tienen ojos (conocen la diferencia entre sonrisa muerta y sonrisa sin ojos, ¿verdad? Si no sentimos esa diferencia nos conviene mirarnos al espejo).

Un profesor de literatura que llega a sus alumnos a través de sus emociones; que en lugar de darles una perorata magistral les estira del hilo invisible de la curiosidad y despierta su escucha; hacia ellos mismos, hacia su sentir, hacia sus actitudes, hacia sus reacciones, hacia su entorno... Y esa escucha es el camino hacia su libertad. Libertad para sentir y para expresar lo que se siente. Libertad para decidir qué camino seguir en la vida, a pesar de todos los condicionantes y presiones externas. 

Un profesor que acaba siendo el chivo expiatorio de los engranajes del sistema, que no dejan de girar. 

Unos alumnos sometidos a un régimen sutilmente tiránico, estereotipado y opresor. Algunos se amoldan muy bien, acatan la normativa sin chistar y sin plantearse otras posibilidades. Otros se dejan llevar sin pasar más allá de lo que el sistema podría considerar simples travesuras juveniles, típicas de los cambios y necesidades de la edad... Y están también los raritos (para la corriente dominante y estereotipada, claro), quienes en el momento en que toman consciencia de lo que están viviendo y lo que quieren vivir, deciden por sí mismos: Neil y Todd.

Me sangran hasta los pensamientos cuando veo el devenir de Neil, un muchacho obediente, que no se atreve a desobedecer las órdenes de su autoritario padre, que lo obliga a estudiar medicina; un chico entusiasta de la poesía al que le baila hasta el alma cuando sueña con actuar en un escenario. Cuando ve que su padre es un muro infranqueable que no siente ni escucha, en el momento en que comprende que no puede seguir un camino con corazón, no puede vivir lo que siente, hace uso de la única libertad que le queda para abandonar un camino que no es el suyo. 

Todd es una pequeña muestra de lo positivo (como mínimo para él mismo) de la rebeldía ante las normas absolutas y paralizantes, y de la superación de la timidez y del miedo a ser juzgado. Protagoniza dos escenas preciosas: la improvisación de una poesía animado por su profesor, en la que expresa lo que siente desde las tripas, sin métodos ni rimas ni zarandajas; y la última escena de la película, en la que el acto de subirse a la mesa es muy potente por su simbolismo, por lo que expresa, por lo que deja sentir: no está de acuerdo con la expulsión del profesor de literatura, no quiere quedarse callado, quiere mostrar que hay otros puntos de vista desde donde mirar la realidad, y que el único válido no es el del colegio. No hay más que que hacer unos pequeños movimientos para comprobarlo. 

“Se escribe y se lee poesía, no porque sea bonita, sino porque formamos parte dela Humanidad. Se escribe y se lee poesía porque los seres humanos son seres con pasiones”
(en boca del profesor Keating, de la obra citada).

Carpe Diem Algo tan lindo y aparentemente tan sencillo, pero tan complicado para muchas personas que, como yo, nos hemos educado en un sistema aprisionador (no, ya no era el franquista por poco, pero todo el sistema que yo he conocido no dejaba espacio a la creatividad ni al pensamiento fuera de corriente). 

Algunas personas intentamos, de todas las maneras posibles, cambiar nuestras actitudes de rabia y frustración, nacidas de la defensa de lo que sentimos y no pudimos expresar -la educación emocional sigue sin estar apenas presentes en nuestras escuelas, porque no lo está en toda la sociedad- y crecer para poder ayudar a otras personas. 

Cabeza y corazón van por diferentes sitios en esta sociedad que presume de personas libres pero que llevan –llevamos- las cadenas en su propio interior. Hay que verlas para poder romperlas. Una vez encontrada la llave hay que abrir mil veces la cerradura hasta que realmente se rompe, pues mientras no lo haga, su automatismo sigue funcionando.


Al final caminaremos sin cadenas.
Lo sé.
Lo siento.

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