jueves, 24 de julio de 2014

Socialización. Educación. Libertad.



“Si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas”
Bruno Bettelheim


El ser humano está fuertemente condicionado: nace en una determinada familia, con una determinada carga genética; en una cultura particular con unas normas concretas que no ha establecido; en una época histórica concreta. Muchas personas, desde bien niñas, manifiestan un cierto grado de hostilidad y rebeldía como consecuencia de sus conflictos con el mundo circundante, que ahoga su expansión y frente al cual, siendo más débiles, deben ceder generalmente. Uno de los propósitos esenciales del proceso educativo y socializador ha sido el de eliminar esta reacción de antagonismo y sustituirla por emociones “aceptables” para la sociedad. La educación conduce con más frecuencia de la deseada, y de una manera sutil y constante, a la eliminación de la espontaneidad y a la sustitución de los actos psíquicos originales por emociones, pensamientos y deseos impuestos desde afuera. En nuestra cultura las personas desde niñas están sujetas a sentimientos de soledad y aislamiento, lo que provoca una gran angustia que, constreñida y obligada a ser guardada para uno mismo, nuestro cuerpo expresa de muchas maneras y, en muchas ocasiones, negativas no sólo para la propia persona sino también para su entorno. Hay que afrontar estas angustias para poder superarlas, totalmente lo contrario de lo que hemos estado viviendo en una sociedad que desaprueba -cuando no ataca- la expresión de muchas emociones; y normativiza cuál de ellas y en qué forma es correcto expresarla (valga de simple ejemplo el asunto de roles sexuales y de género, y de lo que está bien que sean, hagan y sientan las mujeres, que no es lo mismo que para los hombres).
De manera que un niño se acaba conviertiendo en un adulto enajenado de su más profundo ser. Mucha gente cree sinceramente que somos libres porque no hay nadie que nos ate las manos ni nos cosa la boca literalmente (de momento...). Pero antes de aprender a escuchar nuestras necesidades y sentimientos aprendemos las normas que dicen qué debemos sentir y cómo debemos expresarlo. Y no es hasta que tomamos plena consciencia de esas ataduras que realmente podemos ser capaces de romperlas y ser nosotros mismos, a pesar de las directrices sociales uniformizadora.

Para llegar a ese punto, y para poder no sólo deconstruir los falsos edificios, sino también para construir nuestra vida a partir de él, para crear un camino con corazón por el que seguir viviendo, es necesario y fundamental un proceso de aprendizaje que está al alcance de todas las personas. Al fin y al cabo, la vida es un continuo aprendizaje, y no sólo eso: como dice Tan Nguyen, “puedes sentir que ya eres algo, no sólo que aprendes, sino que eres, que eso que buscas ya está en ti”.

Y sentir eso que ya está en una, sentir la vida en profundidad y armonía (lo que no significa ausencia de conflictos, sino capacidad para afrontarlos), pasa por conectarnos con toda la complejidad que somos, y por entrar relación con el medio que nos rodea y con las otras personas. Es esencial sentir una frontera propia, es esencial la individualidad, pero al mismo tiempo sentir la energía de las otras personas y de todo nuestro entorno.

Sobrevivir y ocupar un lugar en el mundo es lo que ha sido importante para las personas en general. La necesidad de supervivencia material o psicológica ha contado como valor primordial. Los valores de supervivencia nos han ayudado y, al mismo tiempo, han sido creados sobre creencias defensivas. Hemos dejado de lado los valores esenciales de una vida humana: el amor que une, la confianza en el mundo, la alegría de ser (Tan Nguyen).

Y, ¿qué papel juega aquí la educación? Decía Bruno Bettelheim que “si se educara a los niños de manera que la vida tuviera sentido para ellos, no tendrían necesidad de ninguna ayuda especial”. Esta sociedad presta un sinfín de “ayudas especiales” a muchísimos grupos humanos que ella misma se ha ocupado de marginar o maltratar. Nuestra sociedad está estructurada jerárquicamente, de manera que se presenta al otro como alguien con quien competir, y no como alguien valioso con quien compartir y con quien relacionarse en condiciones de igualdad.

Así que hay que buscar la manera de revertir ese proceso, de buscar alternativas a una sociedad violenta y tremendamente enferma que se ha convertido en un anillo inacabable de maltratos y parches para los mismos. Hay que tratar de cambiar el lenguaje de la violencia por el lenguaje de la comprensión, del amor, de la igualdad desde la diferencia... llámese como se quiera: no hay que juzgar, sino valorar desde la escucha, desde la aceptación de la completitud del otro, de su particularidad, de sus necesidades y problemas. Se trata de ver al otro como alguien con quien dialogar, como un igual, como un apoyo para el propio crecimiento, para la propia transformación. Si no tenemos una actitud de apertura seremos incapaces de considerar a nuestro entorno y a los seres humanos que lo conforman, como algo valioso en sí mismo y seguiremos siendo un mundo de islas sin conexión alguna. 

Ese trabajo es algo que depende de toda la sociedad, de todas las personas que la conforman, pero en mayor medida son las responsables de la educación (a todos los niveles) las que pueden empezar este proceso de cambio y tratar de guíar a las personas en el proceso de desarrollo de sus propias potencialidades.

Y decimos guiar o acompañar porque nos parece evidente que la figura central del proceso es la persona que aprende, ya que es cada ser humano el que debe hacerse a sí mismo para ser capaz de tomar las riendas de su vida y responder de ella. El ser humano es un ser inacabado, capaz de adaptarse a casi todas las condiciones vitales que puedan concebirse. Ahí radica la importancia de la educación, ya que ese inacabamiento también provoca una indeterminación, lo que hace que los caminos que pueda tomar sean múltiples y diversos.

Paulo Freire lo explica muy bien cuando habla de la diferencia entre soporte ymundo, entre vida y existencia: el soporte “es el espacio, restringido o extenso, al que el animal se adhiere <<afectivamente>> con tal de resistir; es el espacio necesario para su crecimiento y que delimita su territorio. Es el espacio en el que [...] <<aprende>> a sobrevivir [...] En el soporte, los comportamientos de los individuos son mucho más explicables por la especie a que pertenecen que no por ellos mismos. Les falta libertad de opción [...] El soporte de los seres humanos “se fue haciendo mundo y la vida existencia a medida que el cuerpo humano se hizo cuerpo consciente, captador, aprendiz, transformador, creador de belleza y no <<espacio>> vacío para ser llenado con contenidos. La invención de la existenciaimplica [...] el lenguaje, la cultura, la comunicación en niveles más profundos y más complejos de la que se daba y se da en el dominio de la vida, la <<espiritualización>> del mundo, la posibilidad de embellecerlo o afear el mundo, y todo eso definiría a las mujeres y los hombres como seres éticos. [...] A partir del momento en que los seres humanos, al intervenir en el soporte, fueron creando elmundo [...] ya no fue posible existir sin asumir el derecho o el deber de optar, de decidir, de luchar, de hacer política. Y todo eso nos lleva de nuevo a cómo de importante es la práctica formadora, de naturaleza eminentemente ética. Y todo eso nos lleva de nuevo al radicalismo de la esperanza. Sé que las cosas pueden hasta empeorar, pero también sé que es posible intervenir con la finalidad de mejorarlas” (Freire, en Pedagogía de la Autonomía). 


"El mundo no es, el mundo está siendo"
Paulo Freire

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